Es motivo de gozo y de acción de gracias para toda la Congregación y para las personas que viven la espiritualidad del Ángel y del legado que él nos dejó. Sus virtudes fueron reconocidas por aquellos que le conocieron. A su muerte en Gijón todas las voces decían “ha muerto el santín”; ahora esperamos que sean reconocidas, para que el testimonio de su vida sea estímulo de santidad para nosotras mismas y para la Iglesia.